En 2024 se cumplen cien años de la publicación de la novela La montaña mágica del Premio Nobel alemán Thomas Mann, uno de los libros más significativos del siglo XX, que transcurre antes del inicio de la Primera guerra mundial en el Sanatorio Internacional Berghof para tuberculosos de Davos, en los alpes suizos.
lunes, 25 de marzo de 2024
CIEN AÑOS DE LA MONTAÑA MÁGICA
En 2024 se cumplen cien años de la publicación de la novela La montaña mágica del Premio Nobel alemán Thomas Mann, uno de los libros más significativos del siglo XX, que transcurre antes del inicio de la Primera guerra mundial en el Sanatorio Internacional Berghof para tuberculosos de Davos, en los alpes suizos.
sábado, 16 de marzo de 2024
ESTOS DIEZ AÑOS (1984)
Por Eduardo García Aguilar
LOS TAMBORES DE GUERRA
domingo, 10 de marzo de 2024
LA PROLIFERACIÓN LITERARIA
domingo, 3 de marzo de 2024
LA POTENCIA CULTURAL MEXICANA
Por Eduardo García Aguilar
Cuando
llegué a México, en septiembre de 1980, lo primero que hice fue
presentarme a una leyenda de la literatura mexicana, amigo de Juan
Rulfo, don Edmundo Valadés (1915-1994), autor del libro de cuentos La
muerte tiene permiso y quien dirigía entonces la sección cultural del
prestigioso y poderoso diario capitalino Excélsior. Después de hablar un
rato, le dije que deseaba colaborar en el periódico.
Valadés, que era un caballero de adarga antigua, me dijo que le llevara
dos artículos para leerlos y decidir, pero yo ya los traía en mi carpeta
y se los dí. Me dijo que mirara el diario en los próximos días y si
aparecía alguno publicado, ya podía considerarme columnista de ese gran
diario. El jueves siguiente vi el artículo publicado y desde entonces
fui un colaborador habitual con la columna semanal y con entrevistas o
reportajes varios que le presentaba y siempre me publicaba y por los que
pagaban una buena suma de dinero. Los colaboradores debíamos
presentarmos en un piso alto del señorial edificio de Reforma ante el
administrador, don Juventino Olivera López, quien firmaba siempre en
presencia del autor el documento con el que uno iba después a cobrar a
la caja.
Durante tres años colaboré estrechamente con Don Edmundo, una de esas
figuras humanistas y generosas de otros tiempos que ya desaparecieron
para siempre, nacidos a principios del siglo XX y que trabajaron y
lucharon a lo largo de la centuria por la cultura, que en México tuvo
gran protagonismo desde la Revolución y la gestión de José Vasconcelos
como rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y ministro de
Educación. México es en definitiva un gran país milenario y sin duda el
hermano mayor de los países latinoamericanos. Posee grandes
instituciones culturales y universitarias, editoriales de alto rango
apoyadas por el Estado, alimentadas con el trabajo de maestros y
eminencias del exilio español, internacional y latinoamericano a lo
largo del siglo.
En varias oleadas de migración cultural, México acogió a los
latinoamericanos en su seno y les facilitó vivir, crecer y prosperar en
esa tierra como profesores o periodistas y a eso se agregó a lo largo
del siglo la presencia de figuras de la cultura mundial como el
cinesasta ruso Einseinstein, León Trotsky; los novelistas ingleses D.H.
Lawrence, Malcolm Lowry y Graham Greene; los franceses Antonin Artaud,
Jacques Soustelle y J.G.M. Le Clézio, o los beatniks norteamericanos
William Burroughs y Jack Kerouac.
Trabajé con Edmundo Valadés durante tres años de gran fertilidad y
cuando él tuvo que salir del periódico, me dijo que me quedara, pero
decidí irme también, con tan buena suerte que poco después me acogieron
en el otro gran diario mexicano Unomásuno, cuyo suplemento literario
Sábado era el principal del país y estaba dirigido por Huberto Batis,
otra gran figura de la cultura literaria con quien trabajé varios años.
Por esa redacción pasaban sin falta todas las figuras de la literatura y
la cultura mexicana y latinoamericana que iban a dejar sus artículos en
persona, antes de la era digital.
Llegué a México deseoso de calentar motores literarios en el momento
preciso, pues solo faltaban dos años para que le dieran el Nobel a
García Márquez y estaban vivos y presentes ahí Rufino Tamayo, Juan
Rulfo, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Álvaro Mutis, Elena Garro, María
Félix, Cantinflas, Tongolele, Dámaso Pérez Prado, Ninón Sevilla y miles
de figuras del arte, el saber y el pensar.
Para cualquier escritor mexicano o latinoamericano, México ha sido como
un paraíso, pues hay poderosas editoriales de carácter federal como el
Fondo de Cultura Económica o la de la UNAM y en cada estado existen
otras patrocinadas por universidades e instituciones locales. También se
otorgan cada año becas y decenas de premios literarios y artísticos muy
bien dotados, por lo que tarde o temprano todo autor o artista recibe
uno de ellos. Y esa generosidad cultural es tan sagrada que a nadie se
le ocurriría hacer desaparecer esas canonjías a las que se agregan las
de instituciones como el Colegio Nacional o las becas del FONCA, que
pagan a veces con carácter vitalicio abultados sueldos a los letrados
miembros de la clerecía cultural. Muchos escritores listos o bien
conectados han podido vivir así parte de sus vidas, y a veces toda la
vida, financiados por las instituciones.
No se si eso sea bueno o justo, pero tales privilegios han existido en
México para escritores y artistas como remanente de la política cultural
instalada por la revolución institucionalizada en la primera mitad del
siglo XX. Y por eso los autores y artistas mexicanos son tarde o
temprano homenajeados a nivel nacional o regional hasta su deceso,
cuando algunos reciben los altos honores en el Palacio de Bellas Artes,
como ocurrió con María Félix, Cantinflas y Gabriel García Márquez, entre
otros. Aunque durante décadas las canonjías fueron acaparadas por
élites endogámicas capitalinas blancas de origen europeo, después se han
abierto y democratizado hacia las minorías étnicas y los provincianos.
Un ejemplo a seguir en el resto del continente.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 3 de marzo de
2024.
domingo, 25 de febrero de 2024
EL LEGADO DE GERMÁN ARCINIEGAS
En tiempos de recrudecimiento de la intolerancia en las diversas trincheras latinoamericanas del siglo XXI, es refrescante celebrar la obra de Germán Arciniegas (1900-1999), un viejo demócrata, caracterizado por el ejercicio generoso del diálogo y la polémica. Este patriarca viajero perteneció a una amplia generación de latinoamericanistas liberales que, desde diversos matices y temperamentos, lucharon por la implantación de la democracia en un continente que vivía desde la independencia anegado en pobreza, luchas fratricidas y caudillismo.
Marcados en el norte por el entusiasmo generado por la Revolución Mexicana y las acciones culturales del ministro José Vasconcelos, y en el sur por la rebelión estudiantil de Córdoba o el ideario de Víctor Raúl Haya de la Torre, se caracterizaron por una creatividad desbordada al servicio del continentalismo bolivariano: Mariano Picón Salas y Arturo Uslar Pietri en Venezuela, José Vasconcelos y Alfonso Reyes en México, Pedro Henríquez Ureña en República Dominicana, José Carlos Mariátegui y Luis Alberto Sánchez en Perú, Baldomero Sanín Cano y Jorge Zalamea en Colombia, y Aníbal Ponce y Enrique Anderson Imbert en Argentina, fueron algunos de esos nombres que inundaron las páginas de diarios y revistas con esa fe latinoamericanista que ahora se cambió por la polarización y el insulto.
Creían entonces que era posible conducir al conjunto de naciones del área hacia la convivencia pacífica, en el marco del renacimiento cultural y el diálogo abierto entre opiniones diversas sobre los rumbos a seguir. Surgidos al calor del auge periodístico, algunos de esos hombres trataban de seguir las huellas de antecesores modernistas como el colombiano José María Vargas Vila y el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, los más grandes bestsellers idolatrados de la época y de quienes hoy pocos se acuerdan. Arciniegas tiene del primero el gusto por el escándalo, y del segundo una redacción más pulida y llena de color, aunque comparte con ambos la ligereza y la imaginación desbordada.
Ya Bolívar, en sus últimas cartas, entre la amargura del desprecio, expresó con lucidez escalofriante sus dudas sobre la posibilidad de redención del continente, convirtiéndose así en el primer decepcionado y único visionario apocalíptico. Estos buenos hombres íntegros y discretos que eran civilistas, universitarios, funcionarios, diplomáticos, editores, capitalinos de sombrero Stetson, bastón, chaleco, corbata negra y cuello duro, florecieron en la primera mitad del siglo XX en todo el continente y hoy por hoy nos parecen extraños animales en vías de extinción, porque para el mundo actual no hay hombre más bobo que uno íntegro. Después de muchas décadas de aventura romántica, signada por la angustia de vivir entre la civilización y la barbarie, hombres como éstos constituyeron el primer esfuerzo latinoamericano por pensar desde las universidades sin complejos frente al Viejo Mundo. La mayoría, como el derrotado Vasconcelos, un prosista notable y cuyas Memorias son lectura fundacional para todo latinoamericano, terminarían vencidos, en el exilio, apedreados, pateados, salvo Arciniegas, que siguió longevo fiel a su entusiasmo.
A través de los libros de Arciniegas, muchos entraron al mundo ficticio del pasado continental lleno de Coatlicues y príncipes de taparrabos y plumas, virreyes de peluca y zapatillas, bucaneros tuertos y con pie de palo, reyes lejanos, mercaderes, esclavos negros y bellas cortesanas, inquisidores, fantasmas, vírgenes, monjes y libertadores, en lo que constituía el catálogo barroco de los abalorios históricos del continente a lo largo de 500 años de colisión con el Viejo Mundo. Él supo captar con sus relatos la atención de varias generaciones de estudiantes y autodidactas, convirtiéndose en documentalista de las tragedias y hazañas de héroes y anónimos. Con él, los adolescentes descubrieron las maravillas de El Dorado, siguieron las gestas de Tupac Amaru y Los Comuneros, conocieron a Bolívar, Flora Tristán y José Martí, y siguieron las proezas de película de los bucaneros del Caribe.
Durante muchos años El estudiante de la mesa redonda (1932) y Biografía del Caribe (1945), desde sus sólidas ediciones argentinas, circularon por encima de las fronteras y fueron traducidos a varias lenguas, convirtiendo al bogotano en clásico continental.
Es posible que la obra de Arciniegas haya sacrificado el rigor en aras de la difusión, alejado de la prueba documental en vez de cotejar archivos, y dando voz especial a la anécdota para sentarse en los laureles de la amenidad periodística, pero es innegable que sus libros y miles de artículos encendieron y animaron a muchos.
En sus mejores libros, América, tierra firme (1937), Los comuneros (1938), Este pueblo de América (1945), Biografía del Caribe (1945), Entre la libertad y el miedo (1952), Amérigo y el Nuevo Mundo (1955), El mundo de la bella Simonetta (1962), El continente de los siete colores (1965) y América Mágica (1959), Arciniegas reivindica el derecho de los millones de aventureros pobres que, según él, poblaron América a través de los siglos, y predica la solidificación de esa mezcla de razas en busca de una nueva tierra. Rescatemos a Arciniegas, desempolvemos sus libros y volvamos a leerlo con entusiasmo.
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Publicado en La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 24 de febrero de 2024.
*Versión condensada de un texto más amplio sobre Germán Arciniegas.
sábado, 10 de febrero de 2024
EL GUATEMALTECO LUIS CARDOZA Y ARAGÓN
viernes, 9 de febrero de 2024
¿QUO VADIS GARCÍA AGUILAR, ESFUMADO DEL DISTRITO FEDERAL HACIA EL PARÍS DE NUEVO SIGLO?
In Memoriam: Teresa Velo, alumna del Centro de Capacitación Cinematográfica, Distrito Federal, México. Clase 80 – 81.
SECUENCIA PRIMERA: DISTRITO FEDERAL, MEXICO, EXTERIOR REVENTON…
En los años que el Distrito Federal dicen era habitable, dicen los nostálgicos de México en los años 80, cuando la mugre y el humo de ciudad se hacía todo una pasta que se alojaba dulcemente en los hoyuelos de nariz limpia de todo polvo maligno y resacón, había una escuela de cine situada entre General Anaya y Río Nazas, bambúes erguidos y todo eso, era el CCC (para los alumnos más nihilistas, la primera C era de dónde la espalda pierde su anatómico nombre, la segunda de Cara por lo costosa y la tercera C era la primera letra del diccionario mexicano popular por excelencia Chingue su madre Guey)…
La descripción anterior podría ayudarnos a detectar la mezcla de alumnos y alumnas que esa escuela de cine tenía, siendo en su tiempo la más sofisticada y pequeño burguesa de todo México.
Allí en el Centro de Capacitación Cinematográfica, allí mismo en el bullicio de Qué hondón Ramón, en la fuerza de la rebeldía de la inteligencia y la sed de saber, allí, repito, donde el cielo tenía que pedirle permiso al ollín, para dar un poco de azul, estaba con todos nosotros Eduardo García Aguilar, colombiano nacido en Manizales, que hacia esos tiempos ya había estado en París y habíamos coincidido en México iniciando aquella década en que Peggy Sue, o Kathleen Turner, llenaba las pantallas con gringas y bellas pantorrillas de rosi, rosi sin bom bá, y el resto era una sonrisa de muchacha a lo Fitzgerald, sanota y de ojos grandes como la tierra, Peggy Sue se quería casar…
Eduardo García escribía en el Excelsior, tenía una de esas columnas matutinas cada dos días, que en América Latina suelen alegrar la mañana, porque a decir del resto de las noticias, como siempre, eran tragedias diarias ya imaginadas en las calles entre tacos callejeros y voces infantiles al sonsonete de señor deme para mi camión, que no era otra cosa que eso que nosotros llamamos la guagua, que en ese rico laberinto de la lengua latinoamericana, para los chilenos es el transporte de la mujer grávida…
Él siempre tuvo la disposición de ser un buen escritor, aún recuerdo las agradables conversaciones entre quien iba a ser uno de los narradores jóvenes de México (Héctor Perea, entonces en el CCC con nosotros) y Eduardo García Aguilar: las conversaciones eran de arcas perdidas, de sueños no negociados, de añoranzas fílmicas y literarias entertenecidas, de vocación y lirismo en pleno VIP del Patio de la antigua Cineteca Nacional de México, aspiraciones sobraban y rebeldía había de sobra.
Porque todo aquello era una transición latinoamericana, vivida junto a las ideas de grandezas de López Portillo, con su política sobre el Caribe, Castañeda padre obliga, que hizo llegar a nuestras costas el único Padre Montesinos Rastafarian, que bien alguna vez conmoviera a Antonio Zaglul.
Aquel México que ya no existe más donde bien podías encontrarte en una casa de los viejos generales o emparentados de la Revolución, troncos apellidos, reventón obligaba también: eran los tiempos de Campestre Churubusco, la fiesta todos los días, lunes, martes, miércoles y jueves habían perdido nombre, se llamaban viernes y sábado y la vida del mundo exterior transcurría desde los cielos de México en rebeldía por ser visto y parir colores.
En la escuela, entre argentinos (uno de Cordoba y otro de Buenos Aires) colombianos, salvadoreños, brasileños, dominicanos y mexicanos, el CCC buscaba un nivel insólito que generó un gran viraje en aquella escuela modocita hasta que nosotros llegamos, todos, y la pusimos patas hacia arriba (Pepito de la Colina, español, mala leche y profesor no muy querido aun debe recordarse de quienes le curaron aquella amargura manchega que el aula no tenía por qué pagar) para que pudiera respirar de los tabúes y estrecheces, para que fuera Scola libera, entonces nadie puro parar todo aquello: galope de manzanas a trote en plena pendiente, desborde de curiosidad y fascinantes discusiones, nombres en claves que no necesitaban ser descritos, utopías latinoamericanas, en fin, mientras Reagan regaba lo único que sabía: hambre, miedo y luchadores de libertades americanas en toda Centro América, obviamente en este tema estábamos divididos: porque algunos si bien rechazabamos la dictadura de la dinastia Somoza, el cuento Sandinista del poder y su transformación, era una cosa, aunque respetábamos lo que había significado la guerra de liberación contra la dictadura.
El resto de la historia, nos daría la razón a algunos, lamentablemente…
Pero era un tiempo de mucho tránsito por México, su ubicación geográfica, su frontera con Guatemala y los vientos que soplaban le obligaban a ser una discreta frontera de tolerancia, porque Guatemala era una sola nota de desaparecidos.
De ese México habrá siempre un nombre memorable: Alaíde Foppa, la campaña por su aparición viva, la movilización por aquella mujer brillante, excelente poeta, dulce en sus añoranzas silenciada por el servicio secreto del ejercito de Guatemala; se perdía en las tinieblas del oscurantismo militarista una voz, esa Alaíde era la misma que tenía un excelente programa en Radio Educación llamado Foro de Mujeres, Susan Sontag, por cierto por esas ondas había pasado, haciendo dúo de voz con Alaíde Foppa con una ironía en las ideas que solo la gran agudeza puede mostrar sin banalidad…
Mientras todo esto pasaba, en el corazón de los años 80, Eduardo García Aguilar mostraba una peculiar sensibilidad para mirar todo lo que como grupo vivíamos, indiferencia no había, pero tampoco existía aquel aferramiento a esas revoluciones de boquitas pintadas y café, de tedio en mesa y bostezo dorado de no compromisos.
Entonces cuando el chauvinismo mexicano afloraba, enfermizo y letal el arma del desarme era no ponernos nacionalistas y todo se neutralizaba de inmediato, en este punto Eduardo García Aguilar era clave, para hacer entender que los nacionalismos necios no tenían razón de ser, en más de una ocasión fue su tema polémico y la conclusión era la misma: que valorabamos y queríamos a México porque su historia permitía reunirnos en aquella tierra hermosa y sufrida, noble y digna, como su gran pueblo, el fantasma del artículo 22 se alejaba de inmediato, que creo era el de la expulsión con el cual hacíamos bromas todos los días y todas las noches en los inmensos y maratónicos reventones de ciudad grande me he perdido, trágame, estrújame, tiéndeme y avísame cuando llegue el lunes…
De ahí el título de este apartado: Exterior Reventón, o lo que es lo mismo fiesta ciega latinoamericana contra la guitarra de las 10 de la noche, que suele sacar en todo buen mexicano el amargue a lo Jorge Mistral. Exterior Reventón, cuando la calle se hacía grande el viernes en la escuela, cuando las luces del cine se apagaban en historia del Guión en el Cine mudo, el profesor Pérez Turren, sabía que algo pasaba, porque el exceso de ginebra en la oscuridad impedía pronunciar el nombre de F. W. Marnau correctamente, el Exterior Reventón, nombre en clave mexicana de la fiestas, apenas se iniciaban allí, aquello era…
Y en el espíritu de toda aquella gente interesante, de humor y profundidad cuando era necesario, de fascinación por libros y películas, de adivinadores de claves en cintas y libros complicados, de polémicas amistosas, el Exterior Reventón era la clave de una bohemia fértil, el futuro así lo demostraría.
Porque era imposible vivir el Distrito Federal sin aquellas convocatorias, sin mirar el mito popular del Santo luchando contra las Momias de Guanajuato y las mil operaciones en los ojos de Rigo Tovar a ritmo de música cachaca, ritmo retozón muy lejano de los corridos de polka norteño, mientras Elena Poniatowska, sonrojada nos contaba cómo había conocido a Gaby Brimmer, eso que luego fue reducido a: Gaby a True Story.
Sabíamos que era demasiado, se vivía más de lo que suponíamos y entre ficción y realidad, entre la inmensidad de librerías fabulosas, entre análisis de marxismo transnochado, Bartra y sus cruces, interpretaciones agrarias y agrias aparte, los penkos cuerpos de las chicas de Ghandi y Polanco, una especie de Gazcue en sus albores, Exterior Reventón, possssssí, no había de otra, estudiar el cuete, cuete, que era como decir cohete, definición atinada y espacial mexicana, lo que para los domicanos es el jumazo glorioso, que suponemos en este caso muy tricolor…
Aquel México ya no existe más, en el sortilegio que es siempre volver a México, designio piramidal aún sin descrifar, espacio poseído de una historia invisible todavía no narrada, irrupción de un deseo que se convierte tortuoso e inevitable, hasta que se cumple, para comprender que hay un solo México y cada uno de nosotros lo lleva tatuado por dentro, porque aquel México ya no existe más, fue un momento, un tempo de nuestras vidas, atesoramiento en la ilusion en la que el sueño del maguey gigante que te persigue se detiene cuando el avión vuelve y aterriza en el Distrito Federal, ahí fue la útima vez que vi a Eduardo García Aguilar…
SEGUNDA SECUENCIA (Y ULTIMA):
PARIS EN LE DANTON 2004. EXTERIOR
QUARTIER LATIN…
Mortecino el año 2004 no prometía grandes cosas en un París repasado y recorrido, con un frío nada habitual.
En el mismo mes de diciembre en la Habana había preguntado a unos mexicanos por Eduardo García Aguilar, alguien lo recordó y acotó que no vivía ya en México…
Al llegar a París para el fin de año, había pasado por allí en el 2000, no podía evitar cruzar por Odeon, por el Barrio Latino, entrar a Le Danton y de repente observar una cara conocida, a discresión.
Si esta secuencia se ubica como Exterior Quartier Latin, es porque allí sin buscarnos, nos encontramos con Eduardo García Aguilar y repasamos en París todos los sueños mexicanos, los mismos que casi están narrados más arriba.
Luego de una larga conversación de café, paseo por Luxemburgo, maravillados de nuevo por esa forma de arte público más que centenario, Eduardo se confesó devoto de París a morir, yo no pude compartir aquella idea, me reservé el entusiasmo, pero tampoco le hice sentir mal, lo importante era que esta ciudad nos había reunido y que eé estaba contento con autografiarme su novela Tequila Coxis, donde nuestro grupo del CCC de México era protagonista de espíritu, rebeldía y estampa.
Eduardo García Aguilar ha sido la sorpresa que diciembre guardaba, descubriendo desde el lugar de los mundos perdidos (allí donde un ángel guardián todo lo mira y lo guarda) aquel encuentro entrañable esculpido desde el alma misma de una ciudad fría, angustiosa, que se inquietaba en su frenesí de espera al año nuevo que fue el 2005.
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Publicado en Hoy, República Dominicana. 5 de marzo de 2005.