sábado, 11 de febrero de 2012

CONVERSACIONES CON LORD BYRON

Por Eduardo García Aguilar
No estamos lejos de la era romántica, pese a que han pasado dos siglos. En estos días, en el antiquísimo Pasaje Vivienne, frente a la vieja Biblioteca Nacional y en el mismo lugar donde vivió Bolívar entre 1804 y 1806, un librero de cabello cano despeinado, especializado en mapas antiguos, ofrecía a precios irrisorios libros recién rescatados de los sótanos o las buhardillas de su tienda, mientras se realizaban trabajos en su negocio.
     Ofrecía para desembarazarse y abrir espacio ediciones de los siglos XVIII, XIX y comienzos del XX a sólo dos euros cada una a los curiosos que cruzamos por ahí hacia las librerías de viejo más antiguas de la ciudad sobrevivientes en manos de sus lejanos herederos.
     Entre los volúmenes encontré una bella edición ilustrada de Hojas de Hierba de Walt Withman con prólogo de Carl Sandburg y, para mi sorpresa, un pequeño volumen doble encuadernado de 1827 que incluye las Conversaciones de Lord Byron (1788-1924) con el capitán Thomas Medwin y parte de su correspondencia.
     El volumen pertenece a las obras completas publicadas por Ladvocat y Delangle Hermanos, en la traducción en boga de Amédée Pichot, quien contribuyó con esmero a la difusión del romántico inglés en Europa, donde la lengua francesa era la predominante.
     Adherida al libro hay una hoja escrita con aplicada letra caligráfica en pluma de ganso que dice « Byron Conversaciones 2 » y de repente me doy cuenta que en volúmenes idénticos, hermanos de esa edición canónica, los románticos franceses y europeos leyeron al mítico Lord. O sea que el libro que tengo en mis manos es uno de los que circularon en esa época y leyeron Nerval o Victor Hugo y ahora lo puedo llevar a casa por dos euros. El hombre me dice que puedo llevarme 7 libros por diez euros si quiero, pero no tengo tiempo en medio de la helada que cubre a la ciudad este febrero, para sentarme a revisar el túmulo de libros que yace en el suelo de la galería cartográfica.
     Muchas de las obras de los poetas románticos son hoy difícilmente accesibles a nuestro gusto e incluso la misma obra de Byron, Childe Harold o Don Juan, ha tomado ciertos golpes del tiempo, pero las Conversaciones con Medwin es un libro sincero que nos entrega una imagen real del héroe muerto en Missolonghi, Grecia.
     Como en el caso del famoso libro de Peru Lacroix sobre Bolívar, donde vemos a la leyenda en su vida cotidiana en Bucaramanga, con Medwin accedemos a un Byron de carne y hueso, descrito con lujo de detalles cuando disfrutaba de uno de esos momentos de errancia por Italia, en su aspecto físico, agradable trato, extremada inteligencia, memoria excepcional, rencores y fragilidad sentimental.
     Como tantos aristócratas románticos de la época se desplazaba por el continente con una caravana de carrozas cargadas con su biblioteca, muebles, objetos personales y cuando se detenía en algún lugar lo vemos en su cotidianidad atormentada, atraído por alguna bella, quejándose de la incomprensión de los suyos o doliéndose del fracaso de su vida matrimonial, sus líos financieros y la ausencia de su hija.
     Se trata, como casi todos los románticos, de seres rebeldes, maniaco-depresivos y megalómanos, imbuidos como era de rigor por la búsqueda de la gloria y la necesidad de hacer proezas militares y literarias capaces de subirlos al trono de mármol de la posteridad.
     Su vida de famoso transcurre de ciudad en ciudad y de país en país abierta a las costumbres y bellezas paisajísticas y arquitectónicas que pueden ser observadas con tiempo a diferencia de los impertinentes turistas que ya existían entonces y viajaban coleccionando instantes sin tener tiempo para digerirlos.
     Byron, Keats, Coleridge, Shelley, Nerval, Hugo, Novalis, Goethe, Holderlin, Von Kleist. La mayoría son letrados ricos de las tierras frías que bajan hacia los climas más benévolos del Mediterráneo en busca de ruinas romanas, vestigios renacentistas, sensualidad latina y el espiritu jugetón y hedonista de las poblaciones marcadas por el sol.
     En cada lugar encuentran interlocutores ilustrados y ricos con quienes realizan veladas inolvidables, en medio de las delicias culinarias y la degustación de vinos regionales, al calor de los cuales discuten sobre los rumbos políticos del continente y del mundo y hablan de las obras literarias del pasado y las intrigas de la literatura actual. Todos ellos son hipersensibles, se involucran en batallas perdidas y mueren en el campo de batalla como él, en duelos, o ahorcados como Nerval.
     Es difícil definir a ese movimiento que nace, muere y renace al vaivén de las generaciones. Robert Kanters dice que «parecido en toda Europa y sin embargo proteiforme, el romanticismo desanima la definición porque hay en él una mezcla de actitud literaria y espiritual». Es « la reacción y la revancha de la totalidad del hombre contra la tiranía de uno de sus componentes », o sea que sería la venganza del sentimiento frente al auge de la racionalidad o de la máquina. En ese sentido el movimiento pop de los 60, el rock, el arte moderno y mayo de 1968, serían un avatar moderno del romanticismo.
     De todos los temas discute Byron con su amigo el capitán y a través de esta versión deliciosa, carente de énfasis o adornos inútiles, tenemos la impresión de estar muy cerca de él y sentir que en estos tiempos de protestas mundiales contra los poderes globalizados se está alzando una nueva era romántica contra el poder del dinero, la técnica y las armas.



















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