sábado, 13 de junio de 2015

¿OH, QUIÉN ES PABLO MONTOYA?

Por Eduardo García Aguilar
De repente y por sorpresa el colombiano Pablo Montoya (1963) ganó el Premio Rómulo Gallegos 2015 con su novela Tríptico de la infamia, provocando una conmoción al interior de la narrativa colombiana, sentada desde hace tres lustros en los laureles del marketing y cubierta de enormes guirnaldas adornadas con estrellas y best-sellers inflados, elegidos a dedo desde los oscuros gabinetes secretos, en las suscursales locales de las multinacionales que por ahora tienen el monopolio del canon.
Ante el estupor, los síncopes y los ataques cardíacos por la noticia que obliga a barajar de nuevo las cartas de la novelística colombiana, la única reacción que tuvo El Tiempo, asombrado de que ninguno de sus columnistas oficiales participantes en la justa se hubiese llevado el premio, fue escribir que en Caracas se había premiado a un autor “casi secreto”, lo que muestra que donde era un “secreto” era allí en las redacciones culturales y no en el mundo de los lectores, que desde hace tiempos leíamos a Montoya y admirábamos su entereza y el fervor para escribir contra viento y marea, poseído por una indestructible vocación literaria, similar a las de William Ospina y Evelio Rosero.
Un libro tan notable como Lejos de Roma, publicado por Alfaguara, pasó casi ignorado, como si la propia casa editora no creyera en él y lo arrinconara para dar paso a sus estrellas preferidas e infladas. No se volvió a reeditar y Montoya lo sacó del purgatorio en la editorial Sílaba de Medellín. Y lo mismo parecía ocurrir con Tríptico de la infamia, que no tuvo casi promoción de sus editores, inclusive en la pasada Feria del Libro, como si también ellos hubieran decidido esconderlo con desgano debajo de las mesas para que no interfiriera en la campaña aplicada a promover a sus autores de preferencia.
Para los editores del monopolio editorial y los jefes de secciones de “Entretenimiento”, un autor tan “intelectual” y “erudito”, quien además ejerce una crítica literaria incisiva en un contexto donde casi todo lo que vende y suena es escandaloso y vulgar, un autor que escribe sobre Ovidio y aborda la vida de pintores europeos, es en estos tiempos en Colombia una especie de Objeto Literario No Identificado (OLNI).
La narrativa colombiana fue en el siglo XX, hasta los tiempos de García Márquez y la generaciones posteriores, encabezadas por Collazos y Moreno Durán y la Generación Sin Cuenta, el coto vedado de autores de provincias lejanas o de clases medias y bajas de las ciudades. Las oligarquías les habían cedido ese “hueso” después del fin de las letras decimonónicas de Silva, Caro, Cuervo, Pombo y Valencia.
Algunos notables de la élite oligárquica capitalina escribían la novela única en su juventud, como fue el caso de Alfonso López Michelsen con Los Elegidos, pero después pasaban a tareas más importantes como la política, el dinero y el periodismo capitalino. Salvo la excepción de Eduardo Caballero Calderón, autor de esa horenda novela El buen salvaje, narrada por un rolo oligarca loco que se asombra de que los negros puedan andar libres y encorbatados en las avenidas de París, la narrativa colombiana fue casi siempre ejercida por pobres y clasemedieros de la capital y la provincia: Osorio Lizarazo, Manuel Zapata Olivella, Carlos Arturo Truque, Iván Cocherín, Oscar Collazos, Moreno Durán y cien etcéteras. 
Ser escritor, novelista, narrador, era algo que desprestigiaba y era muy mal visto en las familias hasta que Gabriel García Márquez, muchacho pobre costeño, originario de un pueblucho canicular, a quien consideraban en Bogotá “un caso perdido”, se volvió figura mundial y, como en un  sueño de cuento de hadas, emergió del inframundo ya famoso y millonario, fue recibido por magnates, estrellas de Hollywood y presidentes y al final subió al cielo en cuerpo y alma en medio de una lluvia de mariposas amarillas, despedido con todos los honores militares y presidenciales y con la bendición del mismo Papa.
En los últimos tres lustros, ida ya para siempre la generación de “intelectuales” y “eruditos” como Lezama Lima, Borges, Paz y Cortázar y convertida la narrativa en industria multinacional que eventualmente puede dar dinero y prestigio, los autores latinoamericanos ya no surgen a la notabilidad después de un largo camino de trabajo y dedicación, como García Márquez, sino que son productos confeccionados rápidamente en los gabinetes secretos de las editoriales multinacionales y luego engordados e inflados como cerdos en campañas mediáticas donde cuentan con la complicidad de las páginas de “Entretenimiento”. Reinas de belleza, modelos, presentadores de televisión, gomelos desvirolados y laureanistas trasnochados, arribistas, chicos descarriados de los “estratos altos” que no hallan oficio, encontraron que la literatura podía darles algo de renombre y hasta plata. Así instauraron en Colombia y en América Latina lo que bien podría denominarse la Estética de los Gomelos.
Unos cuantos nombres de autores coludidos con esos gabinetes secretos practicaron el rápido hold-up y se adueñaron de la narrativa colombiana como viejos tiranuelos de bananas repúblicas. Salían directamente del Gimnasio Moderno o de otros colegios del Norte bogotano, o de la Javeriana, el Rosario o Los Andes, o de sus contrapartes medellinenses, a ser ungidos como candidatos a todos los premios y hasta el Nobel si fuera posible, promovidos por los Reyes y Reinas de Alfaguara, Planeta, Random y la finada Norma, e inflados como globos que se escapan de las manos de los infantes hacia el cielo infinito. Pusieron así en práctica la frase magistral del corroncho García Márquez en El Otoño del Patriarca: “El día en que la mierda tenga algún valor, los pobres nacerán sin culo”.
Por eso el Premio Rómulo Gallegos cayó como una bomba en medio de las secciones de “Entretenimiento” de los diarios capitalinos y en las salas de profesores de Literatura de las universidades de paga bogotanas, salvo en la Central y la Nacional. ¿Que pasó?, se interrogaban todos, apeñuscados a la entrada del Gimnasio Moderno. ¿Oh, quién es Pablo Montoya, ala?,  preguntaban estupefactos con un rictus de terror. Pero por fortuna la literatura colombiana está de fiesta y se dispone ahora sí a barajar de nuevo las cartas.
 * La Patria. Manizales. Colombia. Domingo 14 de junio 2015.
 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No creo que haya una conspiración para favorecer a ciertos escritores, a Pablo Montoya lo publicaron en Alfaguara, si su obra no se vendió fu porque era tal vez demasiado intelectual , lo que no es ningún defecto. Las editoriales de hispanoamérica publican muchos autores y se quedan con los que venden, lo que no es ninguna cualidad. García Márquez era un gran autor que además vendía bien, pero ese caso es raro y las editoriales piensan en términos de mercadeo y no se les puede culpar por eso,no es la situación ideal pero tampoco son un grupo de perversos magnates dispuestos a destruir los autores de provincia.

El funámbulo de Camelot dijo...

estoy muy de acuerdo con "anónimo" y quisiera añadir que realmente el escritor García Aguilar no tendría mucho derecho moral a despotricar como lo hace, porque si bien el stablishment colombiano no le permitió germinar en el terruño -manes del destino azaroso que muchas veces nos hace mal para hacernos bien, diría yo- puesto que él es uno de los privilegiados, no por el sistema, sino por la fortuna y la lucha que le ha permitido trabajar y codearse con mucho de lo mejor de la intelectualidad mundial, además de educarse y conocer "a la europea" -me viene a la mente el artículo que publicó no ha mucho en su blog acerca de la pornoliteratura francesa, sin olvidar crónicas muy interesantes con personajes de la talla de García Marquez o Gûnter Grass- Si ese azar misterioso a que aludo no le ha permitido que una obra descollante suya provoque el revuelo que su pupilo Pablo, ese es asunto que especialistas podrían abordar en el futuro.

Eduardo García Aguilar dijo...

Anónimo y Funámbulo
¡¡¡Muy bien, que viva la polémica y el debate desde todos los ángulos!!! ¡¡Siempre hay que estar abierto a las críticas!!